Niña, ¿a cuánto el precio de…?

¡Hoy es mi cumpleaños! Y tras un buen puñado de otoños, irremediablemente vuelvo a pensar en que esta vuelta alrededor del sol no es sólo para mí, sino también para la madre que me parió, en el más literal de los sentidos.

Hoy es también un día importante en la vida de ella, una mujer que celebra por trigésima-y-pico vez la llegada de su criatura a esta vida; pero sin embargo, ese sentimiento de celebración por el nacimiento de su ‘niña’, no la habita en el momento en que recuerda cómo fue para ella su primer y único parto. Para ella, no es un ‘cumple-parto’ feliz.

Y aunque parece un buen día para contarnos historias de parto y nacimiento, voy a guardar esta carta para jugarla en otra ocasión. No por la cuestión de que mi nacimiento no fue un tránsito fácil, bonito o siquiera digno para mí ni para mi madre por allá a finales de los ochenta, ni para mi padre (sí, ese señor médico con bigotazo imponente que se quedó lívido en cuanto le dijeron que tenía que acompañar a mi madre al paritorio); y que si me apuras, tampoco lo fue para las personas que nos asistieron en el hospital en aquellos momentos… Me guardo esta carta de storyteller porque es otra cuestión la que me brota hoy en esta mente de filosofanta empedernida que tengo.

Esto es, el asunto de lo que cuestan las cosas valiosas. No me refiero necesariamente al importe económico de lo que valoramos (que también es una parte de esta reflexión), sino a otras divisas con las que pagamos el alto coste de traer vida. Explico esto.

Lógicamente, no me detengo en aspectos casi cómicos como: «con lo que cuesta parir a un niño… ¡para que ahora se parezca al padre!» (frase súper popular con la que siempre sonrío, no lo puedo evitar… más cuando me pones un bigote y soy un clon de mi padre; mi madre cuando lea esto, seguro también se echa unas buenas risas). Sí me detengo de forma más concienzuda en el coste de implicación física, emocional, psicológica, social, etc., que supone para una mujer toda esta maquinaria de la maternidad.

No hablo sólo de lo trabajoso de un parto o de la maternidad como el constructo social contemporáneo de la mujer que cría. Mi mente hoy viaja hacia el origen, que es anterior a la crianza, al nacimiento y al embarazo incluso. Viajo mentalmente al enorme trabajo que cuesta la propia concepción de un/a hijo/a.

A mi madre le costó mucho, pero mucho, sobrevivir a un parto complicado, seguido más tarde de un puerperio vivido con pesar, miedo, desconocimiento, falta de dirección y absoluta soledad. Ya no hablemos de trabajar dentro y fuera de casa, criar a una hija y sostener lo que una familia necesita. Sin embargo, la concepción mental y espiritual de una bebé que finalmente nacería un lunes de noviembre, para ella no fue lo difícil. Esa concepción, cuando ya se hizo material, corpórea, para ella llegó de forma oportuna, sin esfuerzo, sin mil vueltas a la cabeza, sin búsqueda durante meses, sin decepciones tras cada menstruación que llega inexorablemente en contra del deseo de quien quiere ser madre, sin dudas sobre su fertilidad, sin procedimientos invasivos, medicamentosos ni quirúrgicos…

Y claro, de forma irresoluble, no puedo dejar de pensar todas esas mujeres que sí que tuvieron y están teniendo ahora mismo no sólo estas dudas y dificultades, sino estos costes tan altos para poder concebir, albergar y dar vida desde sus cuerpos capaces y dispuestos.

El año pasado, trabajando en una clínica dedicada a la reproducción asistida, me topé con un libro diseñado para niñxs (y no tan niñxs), que trataba sobre qué es la fecundación in vitro y mostraba en un tono amable, sencillo, puede que un tanto naïve, todo el proceso de la reproducción humana, biológica y asistida tecnológicamente.

Y hubo un par de páginas que me parecieron brillantes, os las muestro a continuación:

En idioma francés, casi nada más abrir el libro, te topas con una comparativa de qué supone para una mujer y para un varón la reproducción asistida. Y es que, por obvio que pueda parecer, me resulta muy impactante ver resumido en ese cuadrito en colores pastel y adornado con dibujos cute, lo mucho que le cuesta a una mujer resistir todo este periplo, en cuestiones de dolor físico, pérdida de intimidad, inversión de tiempo (y dinero), preparación física y hormonal, y como remate que resume muy bien todo esto, esa barrita en rojo que dice «dolores de cabeza», en un sentido figurado.

Yo viendo esto, compañeras, me caigo de culo, honestamente. Como mujer, como hija y como profesional, me da vueltas la cabeza cuando pienso en este asunto que os decía del precio de las cosas que más valoramos.

Miles de mujeres al año, pasan por procedimientos de reproducción asistida por lo mucho que les está costando concebir a su criatura (ya otro día, daremos luz al desgaste y coste para las donantes de ovocitos…). Y no puedo decir que sabiendo lo costoso de estos procedimientos, que permean a una mujer a tantos niveles, yo pueda afirmar que hay un acompañamiento adecuado, perspicaz, suficiente, disponible y digno para estas mujeres.

Sé que es muy descorazonador verlo así, que esto es lo que hay día sí, día también. Y si no te lo comes hoy, te lo comerás mañana.

Es a esto a lo que hoy mi mente viaja, rebobinando la cinta marcha atrás a través de la adolescencia, infancia, nacimiento, gestación y más allá del origen de mis células: ¿a cuánto tenemos ya el precio del melón de la maternidad?

Como diría el Dr. Gervás: en fin. Creo que es un tema muy interesante para seguir filosofando, para inquietarnos y poderlo debatir, escuchar y compartir, especialmente entre mujeres que han sido tocadas por la reproducción asistida. Nosotras, en las propuestas que hacemos desde Nativas, cada último sábado de cada mes, abrimos un espacio en el que poder conectar y dar rienda suelta a nuestras historias de búsqueda de la maternidad, del coste de las cosas valiosas y de lo caro que está el kilo de melón.

Si te apetece venirte a abrir melones sabrosos como éste, siéntete bienvenida y cuéntanos qué piensas tú de toda esta reflexión.

Conocer nuestro ciclo es conocernos a nosotras

Durante muchísimo tiempo la menstruación se ha considerado como algo tabú en nuestra sociedad, hay gente que, hoy en día, todavía lo considera así. Incluso, hay muchas partes del mundo dónde continúa siendo un problema para las mujeres por considerarse algo sucio e impuro (Nepal, India, Ghana, Afganistán…).
Los procesos femeninos están generalmente rodeados de mitos y tabúes. Vivimos en una sociedad que no muestra ningún respeto por nuestro ciclos, y que prefiere omitir información y seguir dando coba a fábulas y leyendas que nos alejan de lo que realmente sucede en nuestros cuerpos a lo largo de toda nuestra vida.

Todas esas historias que nos cuentan cuando «nos hacemos mujeres» son parte de la exclusión hacia las mujeres, pero chicas: nuestro cuerpo es un templo y no tenemos que avergonzarnos de él en ningún aspecto, y mucho menos cuando menstruamos.

¿A cuántas de vosotras os han dicho al tener la menstruación ya no os podéis acercar a los chicos? ¿Os han dado alguna otra explicación? ¿Y que no te puedes duchar porque se corta la regla? O que no puedes hacer mayonesa o cocinar ciertos productos; nadie se tiene que enterar de si estás sangrando o no; cuidado no manches la ropa; que nadie note nada y si te duele, tampoco lo cuentes, tómate una pastilla y ya está.
Todo esto nos va desconectando de nuestros procesos y está claro que hay una intención: hacernos sentir débiles, enfermas, fuera de la norma y sobre todo, que no tengamos conocimiento de nuestro propio proceso interno.

Foto de Siembradeluna

Conocer nuestro ciclo menstrual es un trabajo personal muy intenso que cambia la percepción de nuestras vidas. Las mujeres nos acercamos más que nunca a nuestras profundidades y conectamos con nosotras mismas mirando hacia dentro, observando los pequeños detalles y perdiendo el miedo a saber cómo somos en nuestro lado más salvaje.

Ofrezcamos una alternativa ante el miedo a nuestra menstruación: la de conocerla, entenderla y ser conscientes de ella, del papel que juega en nuestro desarrollo, de llegar incluso a esperarla con agrado y gestionar de esta manera mejor nuestros estados de ánimo, emociones y necesidades. La toma de conciencia propia nos permitirá un acompañamiento a la infancia en sus procesos hacia la adolescencia y continuar el camino en las etapas vitales siguientes.

Conexión con nosotras mismas, eso es lo que necesitamos. Debes encontrar las mejores herramientas para comenzar a ser más consciente de tus ciclos y de los momentos cubre de la vida de una mujer. Porque la sociedad no nos lo va a poner nada fácil y está claro que no quiere que veamos el gran poder que tenemos las mujeres, y eso es patriarcado amigas.

Por ello considero que precisamos con urgencia una educación sexual y menstrual que hable de la parte más fisiológica, de qué pasa exactamente en el cuerpo de una mujer. Pero también de la parte holística, que relacione nuestra energía a nuestro momento de vida, que nos hable de arquetipos, que nos hable de prácticas sanadoras, del poder de los círculos de mujeres,.. y sobre todo, necesitamos una educación social, que explique, tanto a hombres como a mujeres, todos estos procesos de manera clara y natural.
Solo así podremos conseguir cambios en este paradigma, porque, si de nuevo, el peso y la responsabilidad de educar, conocer y transmitir toda esta información, rompiendo con los modelos sociales, solo recae en nosotras, el esfuerzo será sobrehumano y el resultado no será el que esperamos: que toda la población acepte y desmitifique los ciclos femeninos.

Esto afecta a toda la población y la principal causa de la desigualdad es la poca información que se da a la población en general acerca del ciclo menstrual porque se sigue tratando como un tabú. La menstruación, el ciclo menstrual, es el mayor signo de vida, así que repetid conmigo y grabaros esto a fuego: NO DEJÉIS QUE NADIE OS HAGA SENTIR ASCO O MIEDO A UNA DE LAS MEJORES COSAS QUE NOS PASA A LAS MUJERES, NUESTRO CICLO MENSTRUAL.

Responsabilidad afectiva

Si buscamos la etimología de la palabra responsabilidad, lo primero que aparece en el diccionario es “cargo, culpa, obligación moral de reparar y satisfacer”. Si seguimos buscando sinónimos, en 4ª línea aparece compromiso ¡¡Ajá!! Aquí está la horma de mi texto…

Hemos tenido que añadir el apellido afectivo para reflexionar sobre este último concepto, y por ende sobre la repercusión de nuestras palabras y actos, así como a quiénes van dirigidas, que muy habitualmente son nuestras familias, amig@s y parejas. 

Estoy anonadada de cómo corre el mundo en este momento, el acelere que llevamos tooodo el rato para poder hacer más, consumiendo cada vez más cosas en aras de ser felices produciendo. Ahora, para conseguir este objetivo, las personas se han convertido en algo de usar y tirar, algun@s las reciclan y reutilizan, pero esto no es relevante; lo importante es que estos hombres y mujeres nos sirvan para nuestro exclusivo propósito de alcanzar “mi satisfacción”, que al igual que el estilo de vida que llevamos, es igual de fugaz y efímera.

Ayer hablaba con una amiga sobre un rollete que se ha echado. Ella ilusa, pensaba que iba a ser su amor de verano, ese que te pierde y entretiene 1-2 meses pero, ¡oh, sorpresa! Su amiguete sólo le ha durado ¡15 días! El coleguita pasa de responderle a sus últimos mensajes de chat… ¿¿En serio no te comprometes a proponer una hora para quedar este sábado, que habías dicho que tenías disponibilidad, cuando ayer me mandaste 2 fotos de tus partes más íntimas??

Aquí va la segunda. Resulta que el otro día quedo con un TinderBoy por primera (y última) vez. Nos habíamos citado a las 20:30 en una ubicación. Yo vi que llegaba tarde 10 minutos y avisé, pero tras otros 15 de espera, el artista no se presenta. Como veo que no ha leído mi mensaje, le llamo. Me pide disculpas por su retraso y me dice que en 2 minutos está allí. A su llegada, todavía se excusa diciéndome que “…bueno, cómo es la gente, en estas apps te citas con alguien y luego ni se presenta; esto te lo hace hoy hasta el mejor de tus colegas…” . ¡¿Perdóoooon?! Mira, bonito, yo no soy así. Soy una tardona, pero no una impresentable, si digo que voy, es que voy, y si no voy, pues aviso igualmente… y claro, si observo que tú no llegas, te llamo. Primero para ponerte la cara colorada por el plantón, que eso da mucho gustito, y segundo porque a lo mejor te ha atropellado un coche y hasta tienes una segunda y mejor excusa para una nueva oportunidad… Te digo más, si es «un@ de mis mejores colegas» quien me lo hace, pues igual tenemos un buen motivo por el que hablar…

La tercera ronda ya fue una cagada gorda mía, por bocazas. Me cuenta mi hermana unos detalles personales… ¡¡y voy yo y lo casco!! Con toda la intención de ayudar con el problema, eso sí… pero si mi hermana ya tenía un marrón, ahora es marronazo… Tengo que admitir que unas copas de vino previas me soltaron la lengua, pero no es excusa. Cuando se cuenta un secreto, es porque alguien deposita su confianza en ti y te considera lo suficientemente valioso para desahogarse y aliviar su carga… Si no somos lo bastante madur@s para sobrellevarla, ¡casi mejor que no nos lo cuenten!

Vamos a ver… ¡por favor! Paremos sólo 10 minutos a SENTIR cómo nos gustaría que nos trataran a nosotros mismos. No pensar, no sólo usar el sentido común, porque lo de «común», luego no lo es tanto y cada uno lo interpreta como más le interesa.

Se nos llena la boca reclamando empatía y asertividad en los demás para que “el mundo sea un lugar mejor”, y no tenemos ni la más remota idea de lo que esto significa y conlleva. Ponerse en el lugar de otr@, da miedito. Puede herir nuestra sensibilidad. Duele que nos traten mal y como no nos merecemos, pero también significa lidiar con nuestra frustración, porque a lo mejor dar lo que nos gustaría recibir, resulta que en el fondo no nos gusta tanto cuando tenemos que hacerlo por los demás. Es decir, que nos impacta de lleno en nuestro ego, siempre convencido de que estamos haciendo lo mejor. Nos inquieta, pica y molesta tener que renunciar a algo que deseamos por agradar o no agredir al otro. Da igual que sea una renuncia temporal, esto ni se contempla en ese momento.

Basta ya de salir huyendo cuando nos pidan que expresemos nuestra opinión, cuando haya que decir “esto no me gusta” o incluso necesitemos explicaciones. La honestidad y la humildad son conceptos más antiguos que el sol, pero no están obsoletos. De hecho, son universales en todas las culturas y quizás por ello hayan llegado hasta nuestros días.

Dejemos de tratar a las personas como si fueran otro bien de consumo. Como bien dice mi padre somos algo más que un “un cacho de carne con ojos” y sí, estoy enfadada por cómo nos estamos faltando el respeto. La mala educación se está generalizando tanto, que el ghosting famoso en las redes sociales de ligoteo empieza a hacerse tangible en esta vida real que se ha hecho vertiginosa. 

Por cierto, no me olvido de que equivocarse es humano, aunque algun@s tenemos más facilidad que otros para meter la pata, pero pedir perdón es el siguiente paso. Esto no nos hace más débiles, si no que dignifica y sirve de aprendizaje para no cometer los mismos errores. Si además de esto le añadimos el plus de dar las gracias por la ayuda… ¡entonces sí que sí! Ahora sí que salgo por la puerta grande y no haciendo humo por la salida de emergencia. 

Moraleja: más vale dar la cara y no la espalda a las personas. Una bofetada se puede ver venir, pero que te den por el culo sin esperarlo, eso no le gusta a casi nadie.

¡A la remanguillé!

Tilikum era una orca.

Siendo una cría la separaron de su madre y ya no conoció mas que piruetas y tanques rodeados de multitudes y altavoces.

Era obediente y complaciente, manteniendo la sonrisa eterna de una orca, mientras la sometían y maltrataban en parques. Hasta que un día Tilikum, suave, elegantemente y delante de miles* de personas (*dato a comprobar) arrastró a la entrenadora al fondo de las piscina y parece que eso ya no gustó tanto. Esa fue la primera víctima, hubo más casos después. Nadie se explicaba su comportamiento, «eran amigos» y todxs decían quererla mucho. Hay amores que matan (en realidad no son amores)

Nació el efecto Tilikum*

Tilikum

¿Es posible que esté yo misma al borde de un brote a lo Tilikum? Sería algo así como una reacción brusca, indeseada, inesperada de un ser como respuesta orgánica , casi refleja y de supervivencia a una situación de abuso, maltrato, injusticia mantenido.

Yo voy soltando cosas y ya opináis vosotras (y así de paso me hago una entrada al blog) *en esta lista no encontrarás política ni otros temas candentes, que ya vamos servidas:

Porque vengo de un periodo agotador a todos los niveles y parece que las sorpresillas no terminan nunca (problemas constructivos quizá? oh yeah) 4 años CUATRO AÑOS CUATRO AÑOS y no se ve el final. Una vez el I Ching me dijo: persevera y qué razón tuvo.

Actualmente vivo con murciélagos dentro de mi casa y con una plaga de mosquitos en el baño. Dicen que los murciélagos son un buen presagio, me interesa y me lo creo.

Porque he conocido tanto vendedor de humo que he tosido, mucho

Porque poner en funcionamiento una bomba de agua ha parecido un proyecto de ingeniería espacial. Curiosidad: al hacer el pago me llamaron del banco porque en el concepto había puesto la palabra “bomba” y querían confirmar que no soy de una célula terrorista (ésto me hace pasar un buen rato, la verdad)

Porque mi pareja se ha ido a vivir a Australia.

Porque todo lo que me rodea es diferentes ahora y mola y da vértigo.

Porque se me avería el coche, varias veces, mal pronóstico. Justo cuando ya no vivo en Madrid, bien.

Porque se me rompe el ordenador, varias veces.

Porque se me rompe el generador, varias veces y siempre en plena Dana, tampoco electricidad, bueeeeeno, ya va picando la cosa.

Y Ahora la sanidad me acosa porque cumplí los 50 años y parece querer evitar a toda costa mi muerte, más bien mi enfermedad. Nunca nadie en la sanidad me contacto ni informó/alarmó tanto, nunca nadie insisto tanto en los numerosos riesgos de cumplir años, creo que de joven yo les interesaba menos. Si, a mí me agota

un día cualquiera

Porque manejarse en nuestra sanidad se ha vuelto una gesta. De un día para otro me miran raro porque no me he dado de alta en 2 apps más, no tengo contraseñas de doble cifrado ni un máster en cyberseguridad, se me quedan los ojos como platos. ¿Ésto cuándo ha pasado?

Porque al final se habla de operar mi espalda y da miedito

Y va y me pica un alacrán una semana, a la siguiente una avispa en el pezón

Porque no sé si el cansancio que tengo es de todo lo anterior, de la caló o de la menopausia

Por todo ello me declaro preparada para un periodo de descanso, doy gracias por las enseñanzas pero ya podemos ir aflojando

Mientras, seguiremos con la mejor actitud posible pero, ya te lo digo hermana, que si yo estoy en esa piscina y miro para arriba y veo a mis «maltratadores» flotando torpemente, mucho esfuerzo necesitaría para no…

Feliz verano!!!

*acuñado por dos genias cómicas argentinas: Charo López y Noelia Custodio

Lo que nos inquieta

Hoy venimos con una reflexión sobre algo que muy habitualmente surge en nuestras conversaciones; no todo iba a ser puro profesionalismo en nuestras reuniones de equipo… Nos mola mucho – y también lo necesitamos, queremos – conectar de persona a persona, teniendo un espacio seguro en el que poder soltarle la cuerda a nuestros pensamientos, compartir sensaciones, ayudándonos esto a conocernos aún más entre nosotras, a nivel profundo, no sólo como compañeras, sino también como mujeres.

Parte de la semilla de esta pequeña reflexión, que estoy segura que puede engendrar grandes respuestas o incluso preguntas aún más sugestivas, vino a mi mente un día nada extraordinario, sentadas una amiga y yo en el primer escalón de su portal, las dos dándole al palique muy gozosamente.

Y en eso que, a modo de despedida, me dijo muy resuelta: “bueno, chama, deja de fingir que tienes 3 hijos y que estás tan liada que no tienes tiempo de ver las series que te recomiendo, ¡que me quedo sin nadie con quien comentarlas! Dame un beso, se te quiere.” Nos dimos un buen achuchón, unas últimas risas juntas y ya me marché; ahora bien, me fui de allí muy reflexiva. Ese trivial “no tienes 3 hijos” me pilló totalmente desprevenida, y ahí que fui yo, aaaaa darle vueltas al coco, para no perder mi costumbre.

Porque… claro, si resulta que no soy madre, ni proyección de serlo, no tengo hijxs a lxs que brindar gran parte de mi energía, de mi dedicación y de mi tiempo… ¿a qué o a quienes se lo brindo entonces? En mi caso lo tengo meridianamente claro: a mí misma.

Y no como un mero y corto deseo egoísta (ojo, el egoísmo es necesario y beneficioso para nuestra supervivencia – ¡no confundir con egolatría!) de cómo invertir mi tiempo, dedicación y energía, sino como una oportunidad de mirar con atención hacia adentro, ver qué encuentro y atenderlo.

Es ahí donde brota la semilla que antes comentaba: aún cuando no cuento con una maternidad propia que amorosamente justifique ese manido ‘no me da la vida’, ¿cuáles son entonces mis inquietudes de mujer no-madre, en qué empleo mi tiempo, mi energía y mi dedicación?

Al margen de mi yo laboral que me caza mis buenas 8 horas diarias (más incluso si eres trabajadora autónoma o mujer emprendedora), y un buen puñado de inevitables preocupaciones también, ¿qué otras cosas, que no son el embarazo, la fertilidad, la crianza… qué otras cosas de este mundo me generan inquietud?

¿Sé cuáles son? ¿Las estoy atendiendo y alimentando? ¿Qué recursos tengo para ello, ya sean económicos, intelectuales, sociales, de comunicación, de tiempo, herramientas personales…? ¿Qué me sobra, qué me falta, qué cambiaría? ¿Cómo distingo lo que está en mi mano cambiar de lo que no depende de mí? ¿Cuáles son los valores que pueden hacer de mi día a día algo atractivo? ¿Tengo el mismo derecho que otras mujeres a sentirme cansada, desconectada, apática, distraída…? ¿Son mis inquietudes algo nimio y sin importancia, o es algo que si comparto con otra persona, puede ser nutritivo para ambas?

Como véis, no hablamos sólo del sentido de inquietud como algo que me alarma, que me desasosiega o me incomoda (un motor magnífico igualmente para ponernos manos a la obra y atenderlo), sino en el sentido también de lo que me hace sentir curiosidad, anhelo, deseo y placer.

No pretendemos dejaros fuera de esta reflexión a las mujeres que sí sois madres, pero aún sin desvincularos de este rol, ¿qué aparece si ponemos el foco en lo diverso de nuestras inquietudes? Ya sean más banales o más significativas, no importa: ¿cuáles son?

Nos encantaría que nos contárais acerca de ellas.

PARTO INDUCIDO VS PARTO ESPONTÁNEO

El parto se inicia con una etapa de “pródromos” muy inespecífica que no tiene un patrón común en todas las gestantes. Se caracteriza por la aparición de contracciones de leves a moderadas a veces muy seguidas o a veces separadas cada 10 minutos y casi siempre por la noche. Este malestar hace que muchas mujeres acudan a la urgencia de obstetricia hospitalaria para que alguien les confirme si ya están de parto. 

En este punto es muy útil detenerse un tiempo para empatizar con los sentimientos de la mujer. Además de enfrentarse a algo completamente desconocido suelen temer por el bienestar el bebé y no es nada raro encontrar un entorno impotente que sirve de poca ayuda para sostener ese cansancio. Es fácil entender entonces q las mujeres entren en una espiral que las sobrepasa y su percepción dolorosa se torne a una auténtica tortura. 

Para que el parto se considere en una fase activa las contracciones uterinas han de ser todas muy semejantes en frecuencia e intensidad y que se hayan mantenido así al menos un par de horas. El riesgo de ingresar precozmente es que el parto no haya terminado de lanzarse y una vez dentro del paritorio entramos en horas de descuento. Es decir, un parto no debería durar más 8-12 horas, pero si el ritmo de las contracciones aún no es suficiente entonces hay que intervenir médicamente poniendo oxitocina sintética y/o rompiendo la bolsa amniótica. 

Cada vez están más normalizados estos procedimientos sin tener en cuenta que esto es una auténtica inducción de parto, lo que supone alterar por completo la fisiología perdiendo el control de un proceso hasta ese momento absolutamente normal. No queremos ser conscientes de ello, pero cuando se propone una inducción médica se debe firmar anticipadamente un consentimiento informado sobre los riesgos y beneficios. Pues bien, en estos casos de ingreso precoz en el parto por alivio de dolor las mujeres están corriendo la misma suerte. No quiero culpabilizar a nadie por estas decisiones que son tomadas bajo el condicionamiento de un dolor que se vive de forma insoportable y un estado de agotamiento físico, pero lo que quiero recalcar es que esto no está exento de consecuencias obstétricas. 

La fase inicial es una de las partes más duras de sobrellevar por las gestantes porque se hace interminable, incomprensible, inaguantable…y así con todas las in- que podamos imaginar, in-cluyendo que es in-negable que no hay ninguna embarazada eternamente, a todas les llega su momento para parir. 

Integrar estas primeras contracciones dentro de la rutina habitual es una buena estrategia para sobrellevarla. Igualmente hay que optimizar la energía de modo que si por la noche no ha podido descansar lo suficiente puede intentarlo durante el día con pequeñas siestas.  

Hace décadas nuestras madres iban a la maternidad para parir. Hoy en día nosotras vamos a que nos quiten el dolor del parto y aunque esto puede llegar a parecerse, no debe confundirse porque por mucha relación que le veamos a la contracción con el dolor, no sólo es eso.  Contracción también es movimiento, vocalización, respiración, presión, fuerza…y un largo etc que no corresponde describir aquí. 

No olvidemos que el sufrimiento es una percepción subjetiva del dolor, el cual si es inherente en la vida de toda persona y como tal tiene una función para garantizar la supervivencia de la especie. No siempre lo más conveniente es ocultarlo o esconderlo, si no encontrar la manera de entenderlo y sobrellevarlo. 

La ficción que no amaban a las mujeres (y no las conocía…)

EN EL CORAZÓN DEL BOSQUE, de Jean Hegland.

¡¡Este libro me ha encantado!!
Te lo resumo: En un mundo apocalíptico sin electricidad, gasolina, medicamentos,… Nell y Eva, de 17 y 18 años, siguen viviendo en el hogar familiar, enclavado en el bosque, a pesar de que la catástrofe se ha llevado a sus padres.
Conservan alimentos para sobrevivir, así como sus pasiones, el ballet y la lectura. Sin embargo, frente a lo desconocido, tendrán que aprender a vivir de forma diferente y confiar en el bosque que las rodea, repleto de riquezas.

Todo ok, maravilloso y genial, peeeeero….. hay una cosa que te voy a destripar porque no me ha gustado nada. En el libro hay una violación y estoy cansada de que después de que este abuso, las mujeres de las pelis o los libros se queden embarazadas. ¡¡Y encima se romantiza esta agresión y tras esto, la mujer quiere tener al bebé porque de repente le nace un amor infinito hacia esa criatura!! 

Me parece un gesto muy absurdo y me da rabia, en primer lugar porque sabemos (o deberíamos saber) que las mujeres solo somos fértiles uno o dos días al mes. Ya es casualidad que por un solo polvo, nos toque preñarnos de nuestro violador. Me parece insultante que se desarrolle así la historia solo por meter chicha y cotilleo en la trama. Y en segundo lugar, me parece muy superficial pensar que las madres generamos un vínculo automático hacia nuestros bebés, aunque su «padre» sea un puto violador. 

Me ofende que se tome a la ligera este tema, que se romantice una violación y que la conclusión final de la mujer abusada sea: «Me han violado pero tengo a mi amado bebé conmigo«. Frivolizan un episodio traumático y NUNCA la solución es el aborto. Nunca hay rechazo hacia esa criatura y siempre la mujer decide entregarse y cuidar por encima de todo dolor.

Basta ya, las mujeres no cuidamos pase lo que pase, también decidimos abortar, tras una violación o no. Dejen de idealizar las violaciones y sus consecuencias, no es ninguna tontería y las mujeres no soportamos todo, aunque el puñetero sistema así lo crea.

Las matronas que no aman a las doulas

Nunca había oído hablar de las doulas hasta que durante mi formación como matrona hablaron del “informe doula” en el que se denunciaba el intrusismo que estaban ejerciendo sobre las competencias de las matronas. Desde entonces, han pasado más de 15 años, ¡qué rápido pasa el tiempo! Pero eso es otra cuestión… 

Por aquellos entonces me imaginaba a las doulas como una especie poco común camuflada de incógnito moviéndose en contra de la sociedad científica, hasta que conocí a las primeras en un curso en el que coincidimos varias sesiones. Fue en este momento cuando mi imagen mental se hizo tangible. 

En primer lugar pedí perdón por mi escepticismo hacia su trabajo y en segundo lugar tuve que pedir perdón hablando en nombre del colectivo de matronas. En ese momento entendimos que la generalidad no se corresponde con la realidad, ni todas las matronas son “matrosarurias” ni todas las doulas son “brujas oportunistas”. 

En mi humilde opinión el papel de las doulas tiene una raíz común en el saber y la práctica de la matrona. Ellas se han hecho lugar cuidando el acompañamiento de nuestras madres, una necesidad que tiene toda mujer en época de crianza. Quizás las políticas austeras en sanidad han hecho que las matronas trabajemos fundamentalmente dentro del paritorio pero quizás nuestra actitud como colectivo también ha contribuido a este hecho.  Cada vez estamos más acostumbradas a la tecnificación y a los protocolos. Esto sumado a la presión asistencial hace que no podamos dedicar mucho tiempo a hablar con las gestantes y madres, lo que de otro modo, puede resultar cansado e incluso molesto para algunas matronas. Así que no neguemos la mayor ¿acaso las parejas de estas mujeres se sienten desplazadas por las doulas? Entonces ¿por qué a las matronas nos sienta tan mal que vengan acompañadas de sus doulas?

Hablando con algunas compañeras me he encontrado que la mayoría no conocen bien el papel de las doulas y las que han trabajado con ellas, no tienen inconveniente en trabajar con ellas, de hecho, les facilita su trabajo porque las ayuda en la contención y soporte emocional de la mujer en proceso de parto. 

En cuanto al intrusismo que estas puedan ejercer, obviamente no cabe lugar. Son doulas no matronas, igual que un@ carnicero no es un@ charcuter@, así que cada jardinero a sus flores y todo lo demás está al margen de la ley y esto, las doulas también lo saben, porque aunque su formación no esté reglada, no quiere decir que no la tengan, conocen muy bien cuáles son sus competencias y cuáles no. 

Ojo a las matronas, que con los recortes sanitarios públicos y nuestra actitud inamovible del paritorio otros profesionales nos comen la tostada ¡¡¡y estos no hacen intrusismo!!! De igual forma están ocupando espacios sobre los que tienen conocimientos y no están atendidos. Véase el ejemplo de los fisios y el suelo pélvico y no voy a seguir nombrando más por no herir sensibilidades… En definitiva, la práctica la ejerce quién puede legalmente pero además tiene los conocimientos, los medios y la motivación para hacerlo.   

Entonces, si hay que hacer una acusación negligente, fácil, pongamos nombre y apellidos a quién lo lleve a cabo, pero por favor dejemos de mandar mensajes generalistas y alarmistas a través de las RRSS que lo único que hacen es encandilar un tema que ya huele a quemado. Porque ni todas las doulas son unas “brujas intrusistas” ni todas somos las matronas “matrosaurias”. 

¿Y qué hago yo ahora con toda esta mala hostia?

Iniciábamos nuestra última newsletter hablando sobre ese sistema que no amaba a las mujeres, de la ira que nos genera en todos los sitios, a todas horas, en todos los planos, y de lo hasta el coño que nos tienen estas circunstancias. Nos preguntábamos: “¿y qué hago yo ahora con toda esta mala hostia?”

Y ahí está una buena piedra angular: con lo que tengo disponible, en este preciso instante, ¿qué puedo, qué necesito y qué quiero hacer? Son tres cuestiones perfectamente diferenciadas y que reciben, respectivamente, tres respuestas recurrentemente automatizadas: “poco o nada”, “no lo sé” y “liarme a palos”.

Desde este planteamiento, lo que encontramos es francamente desolador, pues no es más que un manojo de sensaciones que circulan en bucle en torno al desconocimiento o la falta directa de recursos, a la nula o baja capacidad que sentimos para cambiar la situación, a la pura parálisis e inacción, a la duda, a la culpa, al estallido de emociones que nos consume la energía de que disponemos, y a la censura.

Y es ésta última la que a este podrido sistema que no nos ama ni trata nada bonito, le flipa. La puñetera censura. La censura a tu vestimenta. La censura a cómo vives en familia (o no). La censura a tus decisiones, a tus palabras, a tus silencios, a tus conductas. La censura dirigida hacia tu cuerpo.

Es ahí, en nuestro cuerpo, donde radica y se asienta mucho de lo que nos conecta con todo ese malestar, hondo y en apariencia mudo, un malestar hacia el que, durante años, hemos ido generando una tolerancia bestial. Para sobrevivir a estas situaciones que nos dejan iracundas, atónitas y paralizadas, hemos desarrollado una altísima tolerancia, nos hemos convertido históricamente en alto-tolerantes a toda esa violencia, ya sea directa, obvia y escandalosa, o sostenida, soterrada e invisible.

Hay mucho en nuestro lenguaje que ya nos lo pone a la vista: “es que me ponen del hígado”, “me sale fuego por la boca”, “se me revuelven las tripas”… “Es que me pongo mala”

¡Es el cuerpo hablando! Nuestro cuerpo es muy honesto, y tiene tanto que decir… Toda información que estamos manejando, que nos vamos encontrando fortuitamente, la que nos tiran encima, toda aquélla que nos vamos guardando casi sin querer… nos va cayendo al cuerpo, que estando en perpetuo contacto con esta censura sistémica, ¿qué opciones encuentra?

En numerosas ocasiones lo que hacemos es enmascarar lo que estamos experimentando, nos mimetizamos con esa censura y, llevándola de la mano, la dirigimos sin pretenderlo como un misil con el objetivo puesto en nuestro propio eje, hacia lo que vertebra de lo que somos, arrasando con todo lo que nos sostiene (“nah, si yo estoy bien”, “un mal día lo tiene cualquiera”, “acostúmbrate, esto es lo que hay”).

Vamos poniendo capa sobre capa, enmudeciendo y cristalizando todo esto en nuestro cuerpo sin darle escucha, cuna o una salida que nos sea nutritiva, sin poder sacar partido a la función que tiene toda esa rabia, que es un motor creativo, energizante y que nos hace aún más autónomas y capaces; pero total, “calladita estás más guapa”, “menuda histérica”, “no seas machorra”… ¿sigo? 

Bajo el peso de toda esta censura, terminamos hechas polvo, cansadas, enfermas, tristes, silenciadas, mordiéndonos la lengua hasta que nos envenenamos, o hasta que la única salida que le damos es inmolándonos, detonando emocional o verbalmente, quedando convalecientes y crónicamente disreguladas.

Y si no, igualmente ya se encarga nuestro cuerpo de mandarnos ese mensaje que estamos desoyendo, somatizando todo ese cúmulo de asuntos irresueltos, todas esas palabras y emociones atascadas. Todo ello mientras tratamos de seguir funcionando a todo dar, con nuestra mente en modo extractor de humo, metiendo ruido a toda potencia, día sí, día también.

Es entonces cuando encontramos una discrepancia enorme entre lo que proyectamos hacia fuera (ej.: “no soporto que la gente se me acerque”, “cuando me quedo en silencio, siento que no puedo relajarme”), y lo que corporalmente se expresa.

En Nativas, cuando acompañamos, ya sea durante la maternidad o en sesiones de terapias complementarias, lo vemos constantemente: tras pedir permiso y entendiendo el respeto que el cuerpo de otra persona merece, ante un instante de contacto cuidadoso, firme, con intención de mera escucha corporal… encontramos que automáticamente aparece la respiración profunda, el suspiro, el bostezo, la verborrea en la que vomitamos todo lo que traemos y nos sobra, y entramos gradualmente en la expresión sincera del placereo, en esa postura que pierde tensión, en el ‘ronroneo’, en el “uh, que se me cae la baba, tú”.

Es ahí, en el cuerpo y todas sus informaciones, donde podemos encontrar muchas herramientas válidas que nos acerquen un poco más a la expresión productiva de la rabia, a las ideas que clarifiquen nuestra mente y nuestro discurso, sin tantos empujes y tirajes, de forma mucho más dichosa. 

Nos queremos vivas y bien gozosas, ¿qué hacemos, hermanas? ¿Nos quedamos atascadas, muertas del asco con ese runrún sin fin, o cambiamos la marcha y le damos cera a dinámicas que estas cuerpas hermosas se merecen?

Bienvenidas las opciones que cada una aporte, seguimos a la escucha ♥

El sistema que no amaba a las mujeres.

Podría ser el título de un podcast, y puede que un futuro lo sea. Hoy «El sistema que no amaba a las mujeres» arranca como una serie de textos en donde daremos rienda suelta a nuestra ira, esa que sentimos cada día y ante cada situación en la que se nos menosprecia por el mero hecho de ser mujer.
Agárrate porque vienen curvas.  

¿Sabes cuando vas al ginecólogo y no tiene en cuenta que eres cíclica y lesbiana? ¿O cuando el mecánico del taller te habla como si fueras tonta? ¿El gasolinero haciéndose el héroe para echarte combustible como si tú no supieras? O ese vendedor de tornillos que te hace un puñetero test para darte los 2 putos tornillos para madera de 4×40 que le has pedido hace media hora y que no se fía de que te lleves los correctos. 

Y en esos momentos es cuando comienzas a llenar el bote de ira. Y no paras. Llenas y llenas hasta que te paras en medio del salón de tu casa horas después y piensas: “¿y ahora qué coño hago con toda esta mala hostia?, ¿por qué no he sabido reaccionar en el momento mandando a la mierda al tío asqueroso ese?

Pues porque no hay espacio para manifestar la ira, porque hay que tirar palante y aguantar y aguantar para ser “una niña buena”. Y cuando hablas eres la mala, la histérica, la punki, la vulgar, la choni, la desquiciada del coño!!!! 

“¿Y por qué ahora?” te preguntan muchos, “¿no lo puedes hacer en el momento y poner fin a la situación antes?”  ¡ME CAGO EN TUS MUELAS DIEGO!

Pero no nos podemos quedar en la ira, nos tenemos que movilizar y pasar a la acción. La ira es un motor, pero no debe ser el único. Necesitamos organizarnos y regularnos desde lo sano, no desde la desesperación y la puñetera resiliencia, pero querido, las dos hostias te las vas llevar como sigas así…  

En resumen: estamos hasta el coño. Porque es lo mismo en todos los sitios, a todas horas, en todos los planos, SIEMPRE. Es el puto sistema, que no ama a las mujeres.