Hoy venimos con una reflexión sobre algo que muy habitualmente surge en nuestras conversaciones; no todo iba a ser puro profesionalismo en nuestras reuniones de equipo… Nos mola mucho – y también lo necesitamos, queremos – conectar de persona a persona, teniendo un espacio seguro en el que poder soltarle la cuerda a nuestros pensamientos, compartir sensaciones, ayudándonos esto a conocernos aún más entre nosotras, a nivel profundo, no sólo como compañeras, sino también como mujeres.
Parte de la semilla de esta pequeña reflexión, que estoy segura que puede engendrar grandes respuestas o incluso preguntas aún más sugestivas, vino a mi mente un día nada extraordinario, sentadas una amiga y yo en el primer escalón de su portal, las dos dándole al palique muy gozosamente.
Y en eso que, a modo de despedida, me dijo muy resuelta: “bueno, chama, deja de fingir que tienes 3 hijos y que estás tan liada que no tienes tiempo de ver las series que te recomiendo, ¡que me quedo sin nadie con quien comentarlas! Dame un beso, se te quiere.” Nos dimos un buen achuchón, unas últimas risas juntas y ya me marché; ahora bien, me fui de allí muy reflexiva. Ese trivial “no tienes 3 hijos” me pilló totalmente desprevenida, y ahí que fui yo, aaaaa darle vueltas al coco, para no perder mi costumbre.

Porque… claro, si resulta que no soy madre, ni proyección de serlo, no tengo hijxs a lxs que brindar gran parte de mi energía, de mi dedicación y de mi tiempo… ¿a qué o a quienes se lo brindo entonces? En mi caso lo tengo meridianamente claro: a mí misma.
Y no como un mero y corto deseo egoísta (ojo, el egoísmo es necesario y beneficioso para nuestra supervivencia – ¡no confundir con egolatría!) de cómo invertir mi tiempo, dedicación y energía, sino como una oportunidad de mirar con atención hacia adentro, ver qué encuentro y atenderlo.
Es ahí donde brota la semilla que antes comentaba: aún cuando no cuento con una maternidad propia que amorosamente justifique ese manido ‘no me da la vida’, ¿cuáles son entonces mis inquietudes de mujer no-madre, en qué empleo mi tiempo, mi energía y mi dedicación?
Al margen de mi yo laboral que me caza mis buenas 8 horas diarias (más incluso si eres trabajadora autónoma o mujer emprendedora), y un buen puñado de inevitables preocupaciones también, ¿qué otras cosas, que no son el embarazo, la fertilidad, la crianza… qué otras cosas de este mundo me generan inquietud?
¿Sé cuáles son? ¿Las estoy atendiendo y alimentando? ¿Qué recursos tengo para ello, ya sean económicos, intelectuales, sociales, de comunicación, de tiempo, herramientas personales…? ¿Qué me sobra, qué me falta, qué cambiaría? ¿Cómo distingo lo que está en mi mano cambiar de lo que no depende de mí? ¿Cuáles son los valores que pueden hacer de mi día a día algo atractivo? ¿Tengo el mismo derecho que otras mujeres a sentirme cansada, desconectada, apática, distraída…? ¿Son mis inquietudes algo nimio y sin importancia, o es algo que si comparto con otra persona, puede ser nutritivo para ambas?

Como véis, no hablamos sólo del sentido de inquietud como algo que me alarma, que me desasosiega o me incomoda (un motor magnífico igualmente para ponernos manos a la obra y atenderlo), sino en el sentido también de lo que me hace sentir curiosidad, anhelo, deseo y placer.
No pretendemos dejaros fuera de esta reflexión a las mujeres que sí sois madres, pero aún sin desvincularos de este rol, ¿qué aparece si ponemos el foco en lo diverso de nuestras inquietudes? Ya sean más banales o más significativas, no importa: ¿cuáles son?
Nos encantaría que nos contárais acerca de ellas.
